Los viajeros imaginarios by Pierdomenico Baccalario

Los viajeros imaginarios by Pierdomenico Baccalario

autor:Pierdomenico Baccalario [Baccalario, Pierdomenico]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2010-12-31T16:00:00+00:00


Capítulo 16

PRISIONERA del CAPITÁN

Lo primero que vio Julia fue el puente de la nave: tablones de madera oscura que oscilaban ante sus ojos inmersos en una neblina luminosa. No entendía nada. Se quedó con los ojos abiertos hasta que la neblina se disolvió, aturdida por un dolor constante en la nuca, en el punto donde la habían golpeado. Después oyó ruido de pasos que resonaban en la cubierta y vio un par de botas de cuero negro que se acercaban hasta detenerse a pocos pasos de ella.

Una voz ronca, masculina, ordenó:

—Despertadla.

Dos monos la agarraron de los hombros y empezaron a zarandearla, pero a Julia le bastó el olor nauseabundo que emanaban para despertarse del todo.

—¡Quitadme esas patazas de encima! —gritó con razón.

Vapuleada y tirada por los suelos, con dos monos que le gritaban, irritados.

—¿Eres tú la gemela de Villa Argo? —le preguntó la voz de antes.

Julia tragó saliva y alzó lentamente los ojos. De pie frente a ella, había un hombre alto, muy alto, con una figura imponente. Visto de cerca, y desde abajo, parecía una estatua monumental. Sus botas relucían, las manos eran robustas y fuertes. La ropa, impecable y extrañamente perfumada. Un contraste radical con la jauría de monos que la rodeaba.

La chica intentó ganar tiempo.

—Eres el capitán Spencer, ¿verdad? —le dijo, con voz temblorosa, preguntándose cómo podía saber nada de ella ese hombre.

El pirata se puso de cuclillas frente a ella. De cerca, su rostro parecía esculpido en teca: los pómulos altos, las cuencas de los ojos profundas, la boca bien perfilada, la nariz recta como la aguja de una brújula.

—Soy yo —respondió, dejando ver una dentadura resplandeciente.

Julia intentó retroceder a su pesar, pero no había espacio suficiente para hacerlo. De repente, sintió que el pánico la atenazaba y comprendió que con aquel hombre no se podía bromear. Gritó: el capitán Spencer desenvainó la espada y clavó con ella en el puente los cordones de las zapatillas de deporte de Julia.

—Y ahora… ¿puedo saber si mis chicos me han traído a la persona que estaba buscando o tengo que arrojarte al mar?

—Soy… soy yo… —balbuceó Julia—. Soy Julia Covenant.

—Muy bien —murmuró Spencer.

Se puso de pie, retiró la espada de los cordones de Julia y la invitó a alzarse. Ella lo intentó y se dio cuenta de que le temblaban las rodillas.

Le daba vueltas la cabeza. Miró a los monos que chillaban a su alrededor y las casas humeantes de Kilmore Cove.

—¿Qué quieres? —preguntó al final.

—Solo una cosa: quiero a tu amigo Ulysses Moore —respondió el capitán Spencer.

—Yo… no sé dónde está… —contestó Julia.

El pirata cruzó las manos detrás de la espalda y contempló el mar. En la cima del acantilado, en los jardines de Villa Argo, brillaron algunas señales luminosas. Señal larga, señal breve. Señal larga…

«Código morse», intuyó Julia.

Spencer esperó a que el mensaje acabara y después comentó:

—Tu hermano no aparece. Y tampoco el jardinero.

Rió socarronamente.

«Lo sabe todo —pensó Julia aterrada—. ¿Cómo es posible?»

Iba a decir algo, pero él se le adelantó:

—He capturado a tus padres. Aún están en tierra, pero no hablan.



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